La Soledad
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Esta carencia produce vacío, melancolía, aislamiento e incluso desesperación. Se encuentran presentes una sensación de rechazo y una baja imagen propia, porque no podemos establecer relaciones o nos sentimos excluidos e indeseables, por mucho que nos esforcemos en sentir que somos aceptados.

La sociedad en que vivimos contribuye a la soledad. A algunos les resulta muy difícil mantener su propia identidad y relaciones significativas en la jungla de burocracia, especialización, regimentación y competencia. La movilidad y los cambios constantes tienden a hacer que algunos individuos se sientan fragmentados y carentes de verdaderas raíces.

La soledad puede ser autoprovocada. A algunas personas les resulta muy difícil comunicarse con otras o carecen de confianza porque tienen una imagen muy baja de sí mismas. Otras ansían reunirse con otros; pero sus exigencias de intimidad e independencia inhiben el desarrollo de lazos firmes con otros. El temor a que sus personalidades sean reveladas actúa como una especie de parálisis social.

En muchos de sus mensajes, Billy Graham se refirió a esta “soledad cósmica” de la persona separada de Dios y que siente que su vida tiene poco interés. Dijo: “Hay miles de personas solitarias que llevan cargas pesadas y difíciles de angustia, ansiedad, dolor y decepciones; pero la más solitaria de todas es aquella cuya vida está hundida en el pecado”.

Uno de los resultados de la caída es que el hombre quedó separado de Dios. Esa enajenación hizo que Adán y Eva se ocultaran de Dios y trataran de cubrir su desnudez (es posible que estas tres condiciones ayuden a describir a una persona solitaria). Nuestra situación espiritual se puede resumir como sigue: “El hombre fue creado con un vacío en el pecho del tamaño de Dios, que sólo el Señor puede llenar”.

Sólo al encontrar a Cristo trascendemos nuestro propio yo y desarrollamos la perspectiva sobre la vida que puede hacer que se mitigue el dolor de nuestra soledad. El salmista realzó la obra de Dios en su propia vida, al escribir: “Restauró mi alma”.

Esta restauración elimina las causas de nuestra enajenación: “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él…” (Colosenses 1:21-22).

El resultado es también que nuestro cuerpo se convierte en morada del Espíritu Santo. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19). Así, estamos completos en él. “Y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Colosenses 2:10).

Tomado del libro: Manual para obreros cristianos.

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